Sobre el eterno retorno de la invasión del Estado por el pensamiento religioso

El gran logro de la evolución del Estado fue la consumación de la separación Iglesia-Estado. Desde que se asumiera que el Estado no debía ser confesional se alcanzaba un grado de madurez política que protegía al mismo de ejercer su acción sin la obligación de hacerlo sometido a un credo religioso o unas creencias que, por lo común, suelen blindar una visión de lo correcto y lo incorrecto en términos morales y que impide cumplir con la sagrada función de las democracias liberales avanzadas de respetar la libertad individual, garantizar la seguridad de todos los ciudadanos sin excepción y respetar a las minorías. Hasta el siglo XIX el principal exponente del pensamiento religioso eran las creencias religiosas, en sus diversas variantes (cristianismo, judaísmo, islamismo, …) Y éstas, hoy día, siguen teniendo una fuerza y vida tremendamente poderosas, pero a partir de los grandes movimientos ideológicos del siglo XIX (comunismo, anarquismo, etc.) surgieron nuevos constructos e idearios, en esencia moralizantes, que, bajo el supuesto pretexto de salvar igualmente al hombre, lo que hacen es crear nuevas religiones políticas con características muy similares a las religiones clásicas y con modos de acción idénticos que pretenden la fijación del pensamiento único, la supresión de las libertades individuales (y muy especialmente las de pensamiento y expresión), la prohibición de las alternativas ideológicas, la estandarización de las conductas individuales y colectivas, el control de las vidas privadas de los ciudadanos, el ejercicio central y absoluto del poder político y la censura e incluso aniquilación de los disidentes. Queda claro que este tipo de influencia es nociva y lo será siempre para el Estado moderno, racionalista e ilustrado, pero no parece que se haya conseguido evolucionar lo suficiente en el progreso humano como para configurar una organización de un sistema político de estado que pueda preservarse de las contaminaciones referidas perpetradas por las religiones políticas. El Estado confesional pone a la religión en el centro de la política y en el corazón de la sociedad, y destruye la libertad de los ciudadanos convirtiéndolos de nuevo en súbditos de un sistema coactivo de poder con aspiraciones absolutistas totalizadoras, análogo al de tiempos pretéritos. La moderación política y por tanto la eliminación de los supremacismos religiosos, sociales o políticos, la aceptación con naturalidad de las diferencias, el respeto sagrado de los derechos fundamentales y la protección de todos los ciudadanos sin excepción deben ser y deberán ser siempre las claves sagradas de un estado que se pueda considerar civilizado y transtemporalmente avanzado.

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